Maras y mareros

Por Carolina Vasquez Araya  (@carvasar )periodista Chilena Radicada en Guatemala

Crecen y se multiplican desde los barrios marginales o surgen en medio de la alta burguesía como forma de expresión de una sociedad disfuncional.

 

Amenazadas de muerte, pero fieramente aferradas a sus códigos y métodos operativos, las maras se han transformado en un segmento social nuevo, un estrato cuyas características le imprimen un carácter particular asociado con la muerte y la violencia extrema.

Hijos de la guerra, la pobreza y la degradación social de sus países, miles de jóvenes se enrolan –voluntariamente o no- en grupos delincuenciales “de marca”, en los cuales ocupan un espacio y están obligados a cumplir con ciertas tareas para ser aceptados por el grupo.

Las maras, estas temibles organizaciones juveniles, vienen a ser algo así como la versión de la pandilla de antaño, pero elevada a la enésima potencia de la perversión.  Ritos satánicos con violaciones, torturas y muerte han dado a estas organizaciones una presencia segura en los medios y les confieren un sitio destacado en la agenda política de la región.

El remedio, según ciertos líderes políticos, está en su exterminio.  Ya sea con la reinserción social de sus miembros por métodos de convencimiento y reeducación o, como ya sucede en ciertos países, a través de la eliminación física de sus integrantes, lo cierto es que el problema ya ha escalado posiciones, superando en algunos casos a la narcoactividad y a la delincuencia común en la lista de prioridades de los gobiernos.

Una de sus características más sobresalientes es la internacionalización de sus organizaciones.  Estos jóvenes no sólo tienen poder local, sino también cuentan con redes de soporte a nivel regional, las cuales llegan hasta América del Norte y trascienden con amplitud la capacidad operativa de los cuerpos policiales.

Vistos casi como extraterrestres surgidos de la nada, los mareros han aprovechado el miedo que provocan para consolidar su poder y extender sus dominios.  De esta manera, captan más adeptos y se fortalecen en una escalada vertical, mientras sus adversarios se confiesan impotentes para controlarlos.

Lo curioso es que aún la sociedad no comprende cómo es que aparecieron.  No relaciona con este fenómeno la miseria de la mayoría de los habitantes de la región, el analfabetismo, la corrupción en las esferas de gobierno, la falta de oportunidades para los jóvenes, el desempleo, la dificultad de millones de niños para obtener educación elemental, la terca negativa de las autoridades para promover métodos de control de la natalidad y, como ingrediente principal, un total abandono por parte de los Estados, de aquellas iniciativas tendentes a revertir esta situación.  Las maras no proceden de Saturno.  Ellas son una consecuencia lógica en países cuya guerra todavía no termina y cuyo patrimonio más valioso –su gente- ha sido sistemáticamente abusada.

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