Por José Aedo González Comunicador Social
La férrea defensa del Papa Francisco hacia el Obispo de Osorno Juan Barros, deja en evidencia la pérdida de rumbo en que está sumida la Iglesia Católica, una entidad que sólo debe preocuparse de mantener viva la fe y la creencia en Dios entre la humanidad.
Y es que a los casos de abusos y presuntos ilícitos en que se ha visto envuelta la Iglesia, ahora se le ocurre a su máximo líder hacer pública una vergonzosa defensa en contra de un hombre que mantiene dividida a la congregación osornina, por su cercanía con Fernando Karadima, el sacerdote condenado por abusos sexuales a menores.
Decir que los osorninos sufren por tontos, no es la respuesta que uno espera de un líder religioso, menos de un Papa, cuya labor debe ser de mediador entre los conflictos. Aquí incurrió en un error y está apagando el fuego con bencina porque deja abierta la puerta a que los mismos fieles tomen medidas radicales, como por ejemplo, abandonar la congregación.
Los dichos del Papa no sólo afectará a la comunidad católica de Osorno, sino que a una ciudad entera que con este tipo de actitudes ha visto como se cubren las espaldas entre sus máximos líderes, sin importar la opinión que tengan en sus mismas filas.
Además, las palabras del Prelado reflejan una suerte de autoritarismo y lo que es peor, creer que en pleno Siglo XXI, la gente se dejará influenciar con argumentos poco creíbles, como oír la voz de Dios, cuando son ellos, hombres de carne y hueso, los que imponen las ideas, muchas veces en beneficio propio. Dios se siente, no se impone a la fuerza.
Siempre había observado al Papa como una persona que inspira respeto, lamentablemente aquí no fue así. Él debió oír a sus feligreses y lo más sano fue haber cambiado al Obispo. Así demostraría atención a sus mismos fieles y querámoslo o no, un espaldarazo menos evidente a Barros.