Por Carolina Vasquez Araya (@carvasar )periodista Chilena Radicada en Guatemala Directora de Revistas y Suplementos de Prensa Libre
El más grande reportero del siglo pasado, cuyo lema era aprehender la realidad sumergiéndose de lleno en ella, nos dejó un legado de ética y valor.
Leyendo a Ryszard Kapuscinski, el gran reportero polaco, se pueden aprender interesantes teorías sobre buen periodismo, técnicas de reportaje y entrevista, estilo literario y una manera soberbia y original de dibujar las situaciones desde la perspectiva correcta. Pero, sobre todo, su gran lección radica en transmitir la trascendencia y el valor de la honestidad en esta profesión apasionante.
Prestar atención a las pequeñas cosas, porque en ellas radica la esencia misma de la vida. Buscar la verdad entre la gente común, olvidarse de los elevados círculos del poder cuando es preciso encontrar respuestas. Describir los detalles, porque a veces en ellos se encuentra la clave de todo. Huir de la vanidad y de la sobre dimensión del ego como de la peste misma, porque ahí se comienza a perder la objetividad y el sentido de las cosas. Y viajar solo, para que la visión de alguien más no distorsione la percepción pura y directa del reportero.
En un mundo cada día más dependiente de la tecnología y en el cual el oficio periodístico comienza a convertirse en un trabajo de gabinete, aislado del mundo sobre el cual escribe y al cual pretende analizar, la labor de un reportero como Ryszard Kapuscinski resulta absolutamente excepcional.
El periodista polaco tuvo la lucidez y el valor de compartir las terribles condiciones de vida de la gente motivo de su interés, cualidad sorprendente y casi imposible de imitar porque la práctica real de la empatía, ese ponerse en la piel del otro y entender sus problemas desde adentro, no se enseña en las escuelas de periodismo ni se realiza más que por una convicción profunda y muy personal de su significado humanista.
Este curioso y tenaz escritor comenzó su carrera periodística en su natal Polonia, un país pobre bajo un régimen de rígido control estatal. Sin embargo, logró salir y gracias a su trabajo en agencias de noticias, recorrió el mundo en pos de guerras, desastres naturales y todo cuanto podía suceder en los continentes pobres del mundo: Asia, África y América Latina. Así creó su propio concepto del reportaje periodístico, modelo único de relato que traslada al lector a un mundo real, habitado por seres verdaderos y cuya acción hoy forma parte de la historia.
Fuerte opositor a todo tipo de conflicto armado –en su carrera vio muchos y, sobre todo, sus efectos- este periodista galardonado con el premio Príncipe de Asturias afirmó alguna vez que “la primera víctima de la guerra es la verdad”. Es autor de 19 libros traducidos a 30 idiomas. Entre ellos: El emperador (1978), El Sha (1987), Lapidarium (1990), La guerra del fútbol (1992), Ébano (1998) y Los Cínicos no sirven para este Oficio, una obra recomendada a todo periodista que se precie de serlo.