Carolina Vásquez Araya periodista Chilena radicada en Ecuador
No importando quién llegue a los puestos públicos, será imposible lograr avances mientras no exista un sistema administrativo coherente.
Una de las características de los burócratas del Estado es creer que al ser nombrados para un puesto, éste ya les pertenece. Es decir, los posee desde el principio una especie de delirio de grandeza que les provoca fiebres, alucinaciones y pérdida del sentido de la realidad, no importa si el puesto es de ministro o de oficial cuarto de alguna dependencia de tercer orden.
En muchos de nuestros países, la carrera administrativa no existe, por lo tanto tampoco existe historia. Los archivos pueden destruirse o abandonarse a criterio del jefe de turno, y todos saben que cada cuatro años habrá despidos y contratación de empleados nuevos, más o menos entrenados, más o menos agradecidos de estar allí por pertenecer al partido oficial, pero muy conscientes de que el privilegio durará lo que dure el presidente en el cargo.
Una dependencia oficial sin carrera administrativa es una especie de barco al garete en un mar embravecido y en medio de los arrecifes. Es decir, va directo al desastre. Por eso resulta un poco excesivo señalar las fallas de ciertos funcionarios al mando de una de estas máquinas infernales llamadas ministerios. En cierto modo, la responsabilidad de la ineficiencia del aparato estatal viene desde hace mucho, fincada en el concepto erróneo de que el Estado pertenece al partido político que ganó las elecciones, para que haga con él lo que le venga en gana y decida quién se queda y quién se va.
Nuestras naciones necesitan con urgencia una operación de reingeniería capaz de construir un sistema de estructuras funcionales y de largo alcance. No es posible alimentar esperanzas de desarrollo en un contexto de improvisación constante, pero sobre todo donde la posibilidad de hacer carrera esté condenada desde el principio y lo único que prevalezca sea el impulso de aprovechar al máximo el momento para hacerse de bienes y privilegios.
Contrario a lo que proponen algunos extremistas del libre mercado, el Estado es fundamental y debe ser fortalecido. No existe un solo país desarrollado que no posea un aparato estatal sólidamente estructurado, fuerte, capaz de atraer a los mejores especialistas en cada área del conocimiento, altamente tecnificado y en control de todos los procesos concernientes a sus funciones.
La mala reputación de los cargos públicos es, por lo tanto, una consecuencia más de la degradación de los sistemas político y administrativo locales, cuyos vacíos y deficiencias propician el compadrazgo, el nepotismo, el clientelismo, la corrupción y la mediocridad. Los funcionarios, ya sean o no de rango ministerial, deberían llenar requisitos mínimos para tener el privilegio de servir a su pueblo. Porque, por si no se han enterado, para eso están donde están.